Europa es hoy, cada vez más, la referencia en formación y educación. Es una infraestructura pública que permite una comunicación fluida entre ciudadanos. Pero para los niños de la calle, aquellos que no logran acceso a la educación, se convierte en un "espacio limitado, un trozo de tierra delimitado, un conjunto institucional, cultural, político". La educación constituye el camino que permite acceder a la vida pública; así, los artículos recopilados en este libro hablan de otra Europa, de la preocupación de evidenciar lo que significa estar privado de enseñanza.
¿Pero quién decide qué y cómo enseñar? Al parecer la educación institucionalizada está considerada como el camino obligatorio hacia ese espacio público. Esta comodidad pedagógica, que pretende incluirlo todo y a todos, destaca que el mundo infantil aún no es el mundo público porque "el esquema básico del pensamiento pedagógico siempre parece adquirir significado a partir de esta distinción: las propiedades del logos (lenguaje) son la base sobre la cual se define la posición del niño, del alumno, del estudiante, como un aún-no (un aún no-poder-hablar)".
El libro plantea la posición de que la vida pública tiene acceso sólo mediante la ruta de un régimen de enseñanza, de la apropiación del lenguaje. ¿Y qué pasa con los países más pobres de Europa, en donde las experiencias educativas son deformativas? "Proceden de un espacio y tiempo que de un modo u otro está deshabitado y es inhabitable: tierra de nadie. Haifa, Sarajevo, Tirana, Belgrado, La Bâite, Lovaina; para los autores estos nombres remiten a experiencias e-ducativas incómodas en tierra de nadie". Esta definición la aclaran comentando la película de Rossellini Europa 51.
A las ponencias citadas se añaden tres textos, de G. Agamben, A. Kiarostami y Martin Walter, así como un proyecto de película (Ensuciarse la lengua) en el que un grupo de estudiantes universitarios viajan a Tirana con sus profesores.
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