Cómo ponerle fin a la crisis, aquí la receta: orientarse hacia lo útil, preveer en la toma de decisiones, y contar con espíritu emprendedor.
Parece que ya nadie osa aventurarse a poner una fecha de finalización a esta crisis en la que poco a poco nos parece natural levantarnos cada mañana. Las últimas predicciones halagüeñas han sido radicalmente cercenadas por la respuesta de "los mercados" (parece que últimamente este sustantivo se usa más en plural que en singular). Nos encontramos en un continuo anuncio de medidas anticrisis procedentes de los gobiernos de todos los países.
Y cuando hayamos calmado a la voraz bestia que acecha agazapada entre "los mercados", ¿estaremos mejor preparados para vivir en una sociedad más sostenible?
Depende. Depende le contestaba el otro día a un buen amigo. Como mi respuesta evidentemente no parecía satisfacerle lo más mínimo le hablé de los artículos que los colaboradores de esta columna han publicado en los números anteriores, de recomendaciones como: orientarse a lo realmente útil, previsión en la toma de decisiones y espíritu emprendedor, los tres conceptos fundamentales que hemos tratado en los últimos meses.
¿Están nuestros mandatarios tomando decisiones que permitan en el ámbito de la gestión de personas ser más sostenibles? Sostenible es lo que decía Angela Merkel que echaba de menos en la poderosa Alemania, afirmando que el país había vivido por encima de sus posibilidades durante décadas. Sabemos que no es la única.
Algunas cosas resultan positivas, como darse cuenta de que no eran necesarios tantos coches oficiales y chóferes para dar servicio al ciudadano. Confío en que la ola de austeridad impuesta nos devuelva un poco de sentido común. Y muchos otros despilfarros que pasarnos desapercibidos de los ministerios, gobiernos locales y autonómicos formen parte de una historia negra que no repetiremos.
Ojala que a partir de ahora detrás de cada contratación, de cada acción de formación, de cada sistema retributivo o evento de comunicación exista un verdadero objetivo de negocio que lo justifique. Entiéndase que con "de negocio" no quiero decir monetario, sino simplemente que quede orientado al fin para el cual se creó esa entidad, ese organismo público, esa empresa, etc.
Parece tristemente indiscutible que hay que tomar decisiones duras, que a estas alturas no nos queda otra, que en esta situación de poco nos sirve lamentarnos de la falta de previsión. Pero, ¿estamos preparando la salida de la crisis o sólo respondiendo ante el rugido de la bestia de "los mercados"?
No sabemos si la reducción de empleados públicos en Europa debe ser de cinco, ochenta o doscientas mil personas. Lo que sí me gustaría es estar seguro de que cuando la bestia haya sido derrotada en nuestro sector público trabajen las personas que sean necesarias para darnos servicio y que cuente con los mecanismos que permitan regularse con flexibilidad como demuestran hacer las familias, algunas entidades públicas y no pocas empresas.
Si vamos a prescindir de miles de funcionarios espero que acertemos en los criterios de porqué unos y no otros. Con la congelación de salarios ya sabemos quienes pierden en términos relativos... los que actúan con profesionalidad cada día que van a trabajar.
Y por último espero que el espíritu emprendedor, que ya vimos en un artículo anterior que no es exclusiva de los que crean su empresa, resulte más atractivo de lo que ha venido siendo. Que asumir riesgos, aportar ideas, buscar la mejora y denunciar irregularidades sean virtudes (¿competencias?) reconocidas tanto en la empresa privada como en la administración pública.
“¿Están nuestros mandatarios tomando decisiones que permitan en el ámbito de la gestión de personas ser más sostenibles?”
Con estas tres recetas aparte de vencer a la bestia creo que podremos no volver a despertarla. Si no será triste, y quizá tendremos que dar la razón tanto a aquellos señores de Chicago que nos decían que el sector público tiende a engordar innecesariamente por el efecto de los políticos y los burócratas, como a aquellos otros que nos decían que la economía sin regulación acaba por generar una sociedad atroz.
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